viernes, 10 de febrero de 2012

paisajes, una aproximación a otro conocimiento

Vemos el viaje, la cadencia de la luz que cae sobre los objetos, el tránsito de la luz cuando se pronuncia. El viaje de la luz: el viaje del artista que recolecta imágenes y las trae a la orilla, acá donde estamos observando la intuición –ese otro conocimiento que se adquiere por el proceso-. El viaje lleva consigo el comienzo y el fin, la conclusión, los nueve meses: la Verdad. Álvarez, desde la altura -lo montés- nos señala que la naturaleza es el laboratorio, es el lugar en donde se precisa la lontananza para ¿ver, escuchar, oler, saborear, tocar? no, intuir esa verdad que impera y se esconde en el paisaje, es por ello que nos insiste en traducir el monólogo que hace la naturaleza.
Sí, estas obras son desde una altura, por ejemplo, lo altozano: la duna, lo que inevitablemente lía claridad, la altura implica tener que descender y, ¿cuál es la manera que tiene de descender el artista? es con los objetos encontrados en cada lugar, éstos son las huellas que lleva a los cuadros. El ensamblaje, la intervención de los objetos, son lo que nos demuestran una estadía; es el empoderamiento del paisaje, ilustran el lugar, remontan, son la abertura hacia ese sitio. Asimismo, son objetos libres, pues son objetos que de una forma gratificante han sido olvidados, transformándose en libres y olvidados por la ciudad, puesto que han perdido su utilidad, han salido victoriosos de la praxis moderna para echar a descansar su esencia, sus elementos y volverse en plenitud parte del nuevo paisaje. Podemos decir, entonces, que los objetos, tal como el artista, hacen un viaje, viven la transformación desde una orilla hacia la otra – y estoy pensando en los maderos, remaches, latas que se hacen parte del paisaje y que luego acompañan la obra como el ojo testigo del autor-.  
Frente a la vorágine el paisaje/obra no necesita al hombre, me llama la atención cómo es que el hombre queda marginado del paisaje e incluso ni el artista está ahí como hombre presente en la obra, el autor es un elemento más, es un curioso. Un curioso encargado de acuñar el misterio que, extrañamente, late en estos parajes. Esto lo vemos por medio de la representación de los fenómenos naturales, el viento como línea, una línea que contempla la distancia, como contempla el azar en estas obras. Vemos las sombras en las manchas, abandonando lo figurativo para acercarse a lo furtivo; la rapidez que tiene el viento de hacer cambiar el paisaje; la luz y su maternidad de abrigar/secar/crear los elementos en el recorrido. Estos paisajes empíricos, de formas abiertas, semicerradas, sensitivas, nos invitan a la idea del retirarnos para hacernos parte del envés olvidado del camino y así alcanzar eso Uno que ha atravesado el tiempo, los lugares, la historia del camino, la historia del espíritu para volverse coyuntura, para volverse conocimiento de lo alto, lo bajo, lo germinal, lo lejano, de lo que viene, de lo que se aleja, de lo que se hace color, esto es la tintura de la experiencia.

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